lunes, 10 de noviembre de 2008
Allá en los años cuarenta
también hubo carnavales.
Carnavales diferentes,
carnavales medicina
para curarse los males.
No había puestas en escena,
tampoco un presentador.
Se cantaba en la buhardilla
y, al terminar la coplilla,
le daban gracias a Dios.
Tampoco había pasodobles,
ni una noche de actuación,
ni un publico que aplaudiera,
ni un jurado que dijera
que tu habías sido el mejor.
Se aprendió a cantar bajito
¡No nos fuéramos a ver
terminando la coplilla
con las manos ya caídas
y la espalda en la pared!
“Pa” maquillarse: un corchito tizón.
Para ensayar no existía un salón.
No había coros, ni segunda,
ni un febrero de ilusión
Con dos trapitos mal puestos ¡ya está!
Ya se tenía bien puesto un disfraz.
¡Ay! Recuerdos…
Cuando se abre el telón
se recuerda a quien primero cantó.
Sin guitarra, sin aplausos y sin afición.
Y para colmo, de premio:
Una noche en el "cajón".
0 comentarios:
Publicar un comentario